viernes, 27 de julio de 2007

¡Lo siento, Poe!

Justo en el momento en que tú me rechazabas, don Pedro se tropezaba con un ladrillo situado maliciosamente en el piso de mi entretecho, encontrándose con una superficie de la que asomaban sesenta y un largos clavos oxidados.
El pútrido aroma que me visitó los días siguientes, lo atribuí a tu ausencia. Y cuando llamé al celular de don Pedro, pensando en que su salida a comprar cigarrillos se hacía demasiado extensa —2 días— el repique de su teléfono por sobre mi cabeza me hizo comprender. Pero decidí no alterar la escena. Una muerte que se acurruca en mis recuerdos necesita de compañía.

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